Terminada la cogida de las almendras
Esta semana hemos terminado de coger las almendras en el campo de los Mondellos
En la segunda semana en Robres, trabajando en el campo he cambiado de ayudante, Vicky marcho a Barcelona y ha sido Isabel la que me ha ayudado. Carmen además de limpiar en casa las almendras me Nos ha traído el bocadillo con pan tierno recién comprado en el horno. Pasados los días de agua, del jueves al domingo, la temperatura ha subido y en el campo han hecho unos magníficos días, que disfrute en el trabajo tener el cielo por techo y como pared el horizonte.
El fin de semana nos ayudo Asún y Cecilio, que mientras estábamos en el campos paso las almendras comunes por la máquina, frente a él estaba Ángela de ayudante. Las almendreras comunas, este año me ha ayudado a varear el amigo José Mari, están situadas en los márgenes del campo y son las más viejas, tienen más de setenta años y son la herencia de los abuelos, ya estaban antes de plantar las nuevas en el campo. La máquina escocotadora un año más cumplió su misión y ha limpiado todas al almendras. Las pelarzas de almendra se las lleva el primo Ernesto para echárselas a los terneros, se aprovecha todo.
Como todo no puede ser bonito, este año hemos tenido la muerte de una treintena de árboles, se han secado. La almendrera negra y seca es la prueba es el resultado de un verano seco y muy caluroso, con récor de altas temperaturas, que en los Monegros son altas para el verano. La tierra aún esta tierna de las lluvias de los días anteriores.
En la tercera semana volvió Vicky, el último día fue el peor, con fuerte viento los toldos había que sujetarlos bien. Terminada la recogida se extienden las almendras en el cubierto. Vicky tapada por las almendras larguetas, algunas de ellas de color negro, fruto del agua. Se tienen que secar para sacer mejor rendimiento.
Ahora a esperar la venta, parece que otro año más van barata, veremos.
Irse a la eternidad fuera del mundo,
A donde no resuenen los escombros
Del mar siniestro de milenios sidos.
Irse donde no pierdan ya los cuerpos
Su color de Jacinto y de topacios,
Ni se apaguen las voces tristemente.
Irse detrás del ámbito incendiado
Por las pupilas blancas de los astros
Y las hogueras negras de su sombra.
Irse donde el abismo no se mueva,
Donde ya nunca oscile la belleza,
Donde todo esté inmóvil en espíritu.
Irse donde sin luz el resplandor
Se centre en un diamante dimanado,
Indemne corazón que no palpite.
Irse detrás del muro del anhelo,
Al innoble cantico silente:
Centro de la espiral de lo radiante.
Irse a la soledad del todo junto
En una sola llama de alabanza;
A donde no haya bocas ni miradas.
Irse a la espiga pálida del hierro,
La sideral condensación del cielo,
Viendo como del no se eleva el sí
JUAN EDUARDO CIRLOT