jueves, 31 de agosto de 2017

Otro verano en Calafell


Ayer volvimos de Calafell, donde hemos pasado unos días de vacaciones.


Sol, arena, un apartamento junto al mar y la abuela Victoria que siempre nos acompaña; verano más que nos vamos unos días de relajo para cargar pilas para el año.


Una tarde nos acercamos a Roc de San Cayetano, población cercana a Calafell, dista 15 kilómetros en dirección a Tarragona. Todo el pueblo es una roca, de ahí el nombre de Roc, en la que se han diseñado edificios de distintos estilos artísticos, todo muy pensado para el turista. ¡Lástima que el museo del Luis del Olomo estuviese cerrado y no lo pudimos visitar!


Junto a la playa se encuentra el centro de interpretación del mar, en el local de la antigua cofradía de san Pedro,  aquí se explica el origen de Calafell, que es la pesca, fueron los pescadores lo primeros habitantes de esta zona, lo curioso es que no hay puerto, es decir las barcas eran arrastradas desde la playa hasta la casa... cada pescador tenía su barca y su casa junto a la playa en la que se guardaba la barca; un buen ejemplo es la Casa Barral, que también visite.


En los diez días de nuestra estancia en Calafell nos han acompañado nuestros amigos Pilar y Emilio: hemos tomado cañas junto a la playa, nos han llevado a cenar al restaurante Ull de Llebre en la Bisbal del Penedes y hemos jugado reñidas partidas de parchís, todo acompañado de risas y buen humor. ¡gracias por hacernos las vacaciones más agradables!.

Las horas azuladas,
cada vez más oscuras, se pegaban
al cristal. De plomo pesadísimo,
la sombra de las olas
se aproximaba en el vacío. Un ruido
de cuerdas sordas y hojarasca y viento
y cada vez más frío.
Cerraban
 los portones por guardar e calor
y por saberse
juntos contra la insidia del invierno.
Eran nuestros amigos. El cariño
que les tenían les hacia reír,
los ayudaba en su papel de pintorescos.
Bajaban con nosotros
cuando el último rayo de sol.
La arena salitrosa
(no había acera entonces)
crujía en los vestidos
exageradamente protectores.
Y ellos con sus tabardos y sus gorras
nos escoltaban a la esquina póxima
donde estaba guardado el autómovil
anguloso y solemne como un acorazado.
CARLOS BARRAL








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